Antía Gómez Armesto.
Investigador postdoctoral en el área de Edafología y Química Agrícola, Universidade de Vigo.
Melissa Méndez López.
Investigador Predoctoral en el Área de Edafología y Química Agrícola, Universidade de Vigo.
Parte del mercurio acumulado en los reservorios naturales durante décadas y décadas de fuertes emisiones va a seguir revolatilizándose durante un largo periodo de tiempo, incluso después de que sus emisiones hayan cesado por completo.
El mercurio es un metal pesado presente en la corteza terrestre de forma natural que, por sus particulares características, ha sido ampliamente utilizado por los seres humanos desde la antigüedad.
A nivel medioambiental, este elemento preocupa por los efectos tóxicos que puede causar a los seres vivos, incluidos los seres humanos. De hecho, la Organización Mundial de la Salud considera al mercurio entre las diez sustancias más preocupantes para la salud pública.
El mercurio, un contaminante global
El mercurio causa un gran impacto en el medio ambiente porque está presente por todo el planeta, tanto en el aire (atmósfera) como en las masas de agua (hidrosfera) y en los organismos vivos (biosfera). Se acumula principalmente en los ecosistemas terrestres, sobre todo en los suelos.
En cuanto a su origen, este metal es emitido desde fuentes naturales y antrópicas. Entre las primeras se incluyen la actividad geotérmica, los volcanes o los incendios forestales. Entre las fuentes antrópicas, podemos citar la quema de combustibles fósiles (sobre todo carbón), la producción industrial de cloro, cemento y metales y, especialmente, la extracción artesanal de oro a pequeña escala.
El complejo ciclo del mercurio
El ciclo del mercurio comienza cuando es emitido, principalmente a la atmósfera. Una vez allí, puede ser transportado muy lejos y transformarse en otros tipos de mercurio o caer sobre la superficie de ecosistemas terrestres y acuáticos mediante un proceso llamado deposición.
Este metal puede permanecer en la atmósfera hasta dos años antes de su deposición sobre los suelos, los ríos y lagos y la vegetación. El papel de las plantas en el ciclo de este elemento es muy importante. Las hojas son capaces de captar el mercurio de la atmósfera durante su crecimiento, transfiriéndolo al suelo cuando mueren y caen.
Por último, el mercurio puede ser retenido durante un periodo de tiempo variable en algunos compartimentos naturales o reservorios, sobre todo en los suelos, en los sedimentos y en las aguas oceánicas profundas.
La acumulación del metal en esos reservorios debe entenderse como un hecho positivo para el medio ambiente, puesto que reduce la cantidad de mercurio que se está moviendo en su ciclo global. Por lo tanto, habrá menos mercurio que pueda provocar toxicidad sobre los organismos vivos.
Sin embargo, perturbaciones antrópicas del ciclo del mercurio a través de grandes incendios forestales, la erosión de los suelos, los cambios de usos del suelo o el cambio climático pueden afectar a la cantidad de mercurio almacenada en los suelos, las aguas superficiales y los sedimentos. Además, dado que el mercurio se une fácilmente a la materia orgánica, cualquier desajuste o alteración en el ciclo del carbono también afectará al comportamiento medioambiental del mercurio.
Reducir las emisiones, una solución a largo plazo
En el año 2017, con el objetivo de proteger la salud humana y conservar el medio ambiente, entró en vigor el Convenio de Minamata que actualmente está respaldado por 135 países. Los Estados firmantes se comprometen a reducir paulatinamente la utilización de mercurio a nivel industrial y su eliminación de ciertos productos comerciales, lo que supondría una progresiva disminución de las emisiones de mercurio a la atmósfera.
Por supuesto, este convenio está siendo fundamental en la lucha contra la contaminación ambiental generada por este metal. Sin embargo, se está observando que una reducción de las emisiones antrópicas no se traduce en un descenso equivalente del mercurio presente en la atmósfera.
Si bien las acciones realizadas bajo el Convenio Minamata van por el buen camino, sus resultados no se ven reflejados de forma inmediata en el ciclo global del mercurio. Esto es debido a que parte del mercurio acumulado en los reservorios naturales durante décadas y décadas de fuertes emisiones va a seguir revolatilizándose durante un largo periodo de tiempo, incluso después de que sus emisiones hayan cesado por completo.
Metilmercurio, un tóxico invisible
El mercurio que llega a ecosistemas acuáticos como ríos, lagos y océanos puede transformarse, mediante complejos procesos bióticos, en una especie de mercurio mucho más tóxica: el metilmercurio.
El metilmercurio es una sustancia neurotóxica, sobre todo para mujeres en etapa de gestación y niños de corta edad, que provoca problemas de crecimiento y retardo en el desarrollo mental.
La capacidad del metilmercurio para almacenarse en los organismos vivos (bioacumulación) y acumularse en la cadena trófica (biomagnificacion) hace que la presencia de esta sustancia en los alimentos sea la principal vía por la que los seres humanos están expuestos a la toxicidad del mercurio.
Es habitual encontrar contenidos elevados de mercurio en los eslabones más altos de la cadena trófica de los ecosistemas marinos, que corresponden a peces carnívoros de gran tamaño (algunas especies de atún, el pez espada, o el tiburón, por ejemplo), de ahí que se recomiende evitar un consumo frecuente de estas especies entre los grupos de población más sensibles.
En definitiva, el plan de acción contra la contaminación por mercurio está pasando tanto por una reducción de las emisiones como por cualquier medida destinada a paliar los efectos indirectos del cambio climático. Todo esto acompañado, por supuesto, de la labor de investigadores de todo el mundo que contribuyen con su valioso trabajo a incrementar el conocimiento sobre el ciclo global y la peligrosidad ambiental de este metal.
Fuente:
The Conversation