A pesar de los avances en el tratamiento de las aguas residuales, los microplásticos siguen filtrándose al medio natural, lo que supone un peligro potencial para la salud y el medio ambiente, según un nuevo estudio de la Universidad de Texas en Arlington.

Los microplásticos siguen llegando al agua potable
Imagen: UTA

El plástico es barato de producir, ligero y resistente, por lo que los fabricantes lo han encontrado ideal para su uso en todo tipo de bienes de consumo, desde los envases de alimentos y bebidas hasta la ropa y los productos de belleza. El inconveniente es que cuando un artículo de plástico llega al final de su vida útil, nunca desaparece del todo. Al contrario, se descompone en trozos cada vez más pequeños llamados microplásticos -partículas de cinco milímetros o menos, aproximadamente el ancho de la goma de un lápiz- que acaban en el suelo y el agua.

Según Un-Jung Kim, profesora adjunta de Ciencias de la Tierra y Medioambientales en la Universidad de Texas en Arlington (UTA), en EE.UU., y autora principal de un estudio publicado en Science of the Total Environment, «nuestra revisión bibliográfica sistemática ha revelado que, aunque la mayoría de las instalaciones de tratamiento de aguas residuales reducen significativamente la carga de microplásticos, su eliminación completa sigue siendo inalcanzable con las tecnologías actuales».

«Como consecuencia, muchos microplásticos se están reintroduciendo en el medio ambiente, probablemente transportando otros contaminantes nocivos en las aguas residuales, como las sustancias químicas bisfenoles, PFAS y antibióticos», añade la Dra. Kim. «Estos microplásticos y contaminantes orgánicos existirían a nivel de trazas, pero podemos exponernos a través de acciones sencillas como beber agua, lavar la ropa o regar las plantas, lo que puede tener graves consecuencias a largo plazo para la salud humana, como enfermedades cardiovasculares y cáncer».

Según el estudio, uno de los principales retos para detectar y mitigar los microplásticos es la falta de métodos de ensayo normalizados. Los investigadores también reclaman un enfoque unificado para definir qué tamaño de partícula se considera microplástico.

«Descubrimos que la eficacia de los tratamientos varía en función de la tecnología que utilicen las comunidades y de cómo se midan los microplásticos para calcular los índices de eliminación», afirma la también autora del estudio, Jenny Kim Nguyen. «Una forma de abordar mejor el creciente problema de los microplásticos es desarrollar métodos de prueba estandarizados que proporcionen una comprensión más clara del problema».

Nguyen comenzó esta investigación como estudiante universitaria en el Laboratorio de Química Medioambiental de Kim. Ahora cursa un máster en Ciencias de la Tierra y Medioambientales en la UTA, donde trabaja en el desarrollo de protocolos experimentales estandarizados para estudiar los microplásticos en el aire y el agua.

«Este trabajo nos ayuda a comprender el problema actual de los microplásticos, de modo que podamos abordar sus efectos sobre la salud a largo plazo y establecer mejores medidas de mitigación», afirma Karthikraj Rajendiran, coautor del estudio y profesor adjunto de investigación del Centro de Investigación Ósea Muscular de la UTA, dentro de la Facultad de Enfermería e Innovaciones Sanitarias.

El equipo también hace hincapié en la necesidad de una mayor concienciación pública sobre los microplásticos para ayudar a los consumidores a tomar decisiones más respetuosas con el medio ambiente.

«Aunque las comunidades deben tomar medidas para mejorar la detección y el cribado de microplásticos en el control de las aguas residuales y la calidad del agua, los consumidores ya pueden marcar la diferencia eligiendo comprar ropa y textiles con menos plásticos siempre que sea factible, sabiendo que las microfibras son el microplástico más común que se libera continuamente a través de las aguas residuales», añade Kim.

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