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Investigadores británicos han desarrollado sensores biodegradables y de bajo coste que detectan los gases de descomposición de los alimentos, una alternativa más fiable que las fechas de caducidad, que ayudarán a evitar el derroche de comida apta para su consumo.


Sensores de bajo coste contra el desperdicio alimentario

Investigadores del Imperial College de Londres (Reino Unido) han desarrollado nuevos sensores que podrían ayudar a detectar el deterioro de los alimentos y reducir el desperdicio de comida en supermercados y hogares.

Uno de cada tres consumidores del Reino Unido tira los alimentos solo porque llega a la fecha de caducidad, pero el sesenta por ciento (4,2 millones de toneladas) de la comida que se tira cada año, cuyo valor estimado es de 12.500 millones de libras, es segura para su consumo.

Los prototipos de los sensores desarrollados en el laboratorio cuestan menos de dos céntimos de euro cada uno. Conocidos como ‘sensores de gas eléctricos a base de papel’ (PEGS, por sus siglas en inglés), detectan gases de descomposición como el amoníaco y la trimetilamina en la carne y los productos pesqueros.

Los datos del sensor se pueden leer en los teléfonos inteligentes, de modo que las personas puedan colocar su smartphone junto al embalaje para ver si los alimentos son seguros para su consumo.

Los investigadores crearon los sensores imprimiendo electrodos de carbono en papel de celulosa fácilmente disponible. Los materiales biodegradables son ecológicos y no tóxicos, por lo que no dañan el medio ambiente y son seguros para su uso en envases de alimentos. Los sensores se combinan con etiquetas NFC (Near Field Communication), que incluyen microchips que pueden leerse en dispositivos móviles cercanos.


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Durante las pruebas de laboratorio en pescado y pollo envasados, PEGS detectó trazas de gases de deterioro rápidamente y con mayor precisión que otros sensores existentes, a un precio mucho menor.

Sustituir las fechas de caducidad

Los investigadores aseguran que los sensores también podrían reemplazar eventualmente la fecha de caducidad, un indicador menos fiable de frescura y comestibilidad. Los costos más bajos para los minoristas también podrían ayudar a reducir el precio de los alimentos para los consumidores.

Los PEGS son, según sus creadores, los primeros sensores de frescura de alimentos comercialmente viables. El autor principal del trabajo, el Dr. Firat Güder, del Departamento de Bioingeniería del Imperial College, explica que «aunque están diseñadas para nuestra seguridad, las fechas de caducidad pueden provocar que los alimentos comestibles se desechen. De hecho, las fechas de caducidad no son completamente fiables en términos de seguridad ya que las personas a menudo enferman a causa de enfermedades transmitidas por los alimentos debido a un almacenamiento deficiente, incluso cuando un artículo está dentro de su uso».

«Los ciudadanos quieren estar seguros de que sus alimentos son seguros para comer y evitar tirarlos innecesariamente por no poder valorar su seguridad. Estos sensores son lo suficientemente baratos como para que los supermercados los puedan usar dentro de tres años», añade Güder.

Adicionalmente, estos sensores ayudarían también a reducir la generación de residuos plásticos, pues muchos de estos alimentos se desechan junto con el propio envase. «Nuestra visión es utilizar PEGS en el envasado de alimentos para reducir el desperdicio innecesario de comida y la contaminación plástica resultante», explica Güder.

La investigación ha sido publicada en la revista ACS Sensors, de la Sociedad Química Americana.

Residuos alimentarios

Los consumidores confían en las fechas de caducidad o incluso en las «pruebas olfativas» para saber si sus alimentos son seguros para su consumo, pero actualmente no existe una alternativa comercialmente viable y fiable que proporcione información objetiva sobre la frescura y seguridad de los alimentos.

Aunque útiles, las fechas de caducidad no tienen en cuenta las condiciones de almacenamiento y procesamiento de alimentos específicos. Por lo tanto, pueden llevar a que comercios y consumidores desechen alimentos seguros y comestibles. Además, la mayoría de los alimentos desperdiciados se envasan en plástico, lo que contribuye a la generación de residuos plásticos si estos alimentos se tiran dentro del propio envase.

Otro autor del estudio, Giandrin Barandun, también del Departamento de Bioingeniería de Imperial College, afirma que «las fechas de caducidad estiman cuándo un producto perecedero ya no puede ser comestible, pero no siempre reflejan su frescura real. Aunque la industria de alimentos y los consumidores son comprensiblemente cautelosos acerca de la vida útil, es hora de adoptar una tecnología que pueda detectar con mayor precisión la comestibilidad de los alimentos y reducir el desperdicio de alimentos y la contaminación plástica».

Ventajas frente a otros sensores existentes

Los sensores de deterioro de alimentos que existen en la actualidad no se usan habitualmente porque son demasiado caros (a menudo comprenden una cuarta parte de los costos de envasado) o son muy difíciles de interpretar. Los sensores de cambio de color podrían, de hecho, aumentar el desperdicio de alimentos, ya que los consumidores podrían interpretar el cambio de color más leve como «comida en mal estado».

La tecnología PEGS tiene como objetivo abordar estos dos problemas. Además de ser más baratos de producir y más fáciles de interpretar, los autores encontraron que los PEGS presentan muchas ventajas frente a los sensores de gas actuales, entre ellas, que funcionan de manera efectiva con casi el 100% de humedad y a temperatura ambiente, y son sensibles solo a los gases involucrados en el deterioro de los alimentos, mientras que otros sensores pueden ser activados por gases no dañinos.

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