Nieves Goicoechea Preboste.

Catedrática de Fisiología Vegetal.
Universidad de Navarra.

Existen precedentes que avalan la capacidad antibacteriana y antifúngica de los residuos de origen vegetal frente a agentes infecciosos que causan enfermedades en un amplio espectro de plantas.

La basura de unas plantas, el tesoro de otras

La sociedad actual se enfrenta a grandes retos demográficos y medioambientales. Dos de ellos tienen que ver con la alimentación de una población creciente y con la generación de cantidades ingentes de residuos a lo largo de la cadena agroalimentaria, desde restos de poda o de cosechas hasta el desperdicio de comida en los hogares.

Un informe emitido por el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de Naciones Unidas en el año 2024 estima que la población mundial seguirá creciendo en los próximos 50 o 60 años hasta alcanzar un máximo de 10.300 millones de personas a mediados de la década de 2080, frente a los 8.200 millones de 2024. Y este crecimiento demográfico aumenta la demanda global de alimentos.

Seguridad alimentaria: ¿sólo una cuestión de cantidad?

Ahora bien, la seguridad alimentaria no es sólo un tema de cantidad de alimentos, sino también de calidad nutricional y de inocuidad. No basta con saciar el estómago. Hay que ingerir las dosis adecuadas de vitaminas, proteínas, azúcares, grasas y elementos minerales esenciales para un correcto desarrollo y funcionamiento del organismo, a la vez que evitar sustancias nocivas que pueden contaminar los alimentos.

Es decir, en la alimentación del futuro están en juego dos aspectos clave relacionados con la seguridad alimentaria que los angloparlantes califican como food security y food safety, los cuales pueden verse más comprometidos si cabe en un contexto de cambio climático. Y todo ello depende, en última instancia, de los alimentos situados en la base de la pirámide alimentaria, es decir, los procedentes de las plantas. Por eso es tan importante la sanidad vegetal.

Aplicación de pesticidas en agricultura

Agalla producida por Rhizobium radiobacter en tomate. Nieves Goicoechea, CC BY-SA

Unas plantas enfermas son menos productivas y lo que producen es de peor calidad. En un intento de evitar la pérdida de cosechas como consecuencia de infecciones bacterianas o fúngicas, de plagas de insectos o de malas hierbas que compiten por los recursos del medio, los cultivos se han tratado tradicionalmente con múltiples productos químicos. Pero estos, además de contaminar el suelo y las aguas subterráneas, mermar los insectos polinizadores y dañar la capa de ozono, pueden dejar restos en los vegetales y los frutos que consumimos.

Algún lector puede pensar: “Menos mal que yo lavo siempre la verdura y la fruta antes de tomarla”. Y sí, esto es necesario, pero no es suficiente. Con el lavado eliminamos restos adheridos a la superficie, pero no los residuos de químicos que las plantas han absorbido y acumulado en el interior de sus órganos cuando se han aplicado pesticidas sistémicos.

Los pesticidas, en el punto de mira de la Comisión Europea

Por todo ello, la Unión Europea (UE) es cada vez más restrictiva con la aprobación y la aplicación de pesticidas en la agricultura. Dentro de la estrategia De la Granja a la Mesa, uno de los pilares centrales del Pacto Verde, la Comisión Europea se ha fijado como objetivo reducir en un 50 % el uso de pesticidas químicos y peligrosos para el año 2030. Y ello obliga a buscar alternativas al empleo de estos productos químicos.

Por otro lado, en la UE se generan anualmente más de 59 millones de toneladas de residuos alimentarios, unos 132 kg por habitante, con un valor de mercado estimado en 132 000 millones de euros. Del total de estos residuos, los derivados de frutas y hortalizas representan aproximadamente el 16 %.

Afortunadamente, los residuos vegetales que se generan en el campo, en ciertas industrias, en servicios de restauración o en los hogares podrían considerarse como pequeños tesoros teniendo en cuenta que contienen compuestos bioactivos con potenciales efectos antimicrobianos, repelentes de insectos o inhibitorios para el desarrollo de malas hierbas.

Un problema convertido en solución

Este es el planteamiento del proyecto REVESAGRI, que se desarrolla en la Universidad de Navarra. Su objetivo es comprobar si diferentes residuos de origen vegetal son eficaces como agentes antimicrobianos.

En el proyecto, además, se pretende concienciar a la población a través de su participación en la recogida selectiva de los residuos.

Existen precedentes que avalan la capacidad antibacteriana y antifúngica de los residuos de origen vegetal frente a agentes infecciosos que causan enfermedades en un amplio espectro de plantas.

Por ejemplo, los extractos acuosos preparados a partir de piel de plátano y de dientes de ajo pueden inhibir, respectivamente, el crecimiento de los hongos Gloeophyllum trabeum y Rhodonia placenta, que degradan la madera, y de la bacteria Rhizobium radiobacter, causante de la agalla de la corona en tomate.

Los resultados preliminares son esperanzadores, aunque todavía hay que seguir investigando y, llegado el caso, habría que replantear los actuales protocolos de recogida de residuos orgánicos para hacerlos más selectivos, controlados y estandarizados. Y todo esto no sólo supone un desafío técnico, sino también de concienciación ciudadana, por lo que la educación ambiental adquiere una importancia capital.

Fuente:
The Conversation

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