Alexandra Farbiarz Mas.
Comunicóloga, especializada en Biotecnología y Medio Ambiente.
La ecoansiedad es un síntoma de salud porque en realidad nos hace ver las cosas de frente, no las evita. Pero sin duda no es agradable.
Una gran parte de mi carrera profesional la he desarrollado como comunicadora ambiental. Mi formación de partida, la Sociología, me ha dado muchas pistas para poder comprender la dificultad y las oportunidades para hacer llegar a la población la urgencia con la que debemos cambiar dinámicas vitales y de organización productiva y social si queremos sobrevivir como especie. Como comunicadora científica también ha sido interesante ver cómo ha ido cambiando la percepción de la sostenibilidad en los diferentes ámbitos sociales y profesionales. Lo triste es comprobar la dificultad para salir de una situación que empeora. Por lo tanto no es de extrañar que se haya desarrollado la ecoansiedad.
Sé que este tipo de mensaje puede parecer alarmista, pero es que la situación lo es. El año pasado se determinó que seis de los nueve límites planetarios ya habían sido superados. Estos seis límites corresponden al cambio climático, la deforestación, la pérdida de biodiversidad, los productos químicos sintéticos, incluidos los plásticos, el agotamiento del agua dulce y el uso de nitrógeno.
Divulgación y marketing ambiental
Es importante tratar de ser tan concretos como claros y llanos en la divulgación medioambiental porque explicar la gran variedad de conceptos y riqueza que se esconden detrás de la naturaleza y sus ciclos como de los impactos que generamos los seres humanos sobre ellos, no es sencillo, y abordar esta complejidad con un vocabulario ajustado a una población que se ve desorientada por la intoxicación y la terminología de todo tipo a la vez de por una creciente incertidumbre social y económica, tampoco lo es.
El problema es cuando se juega con un lenguaje y unos razonamientos básicos para confundir a la población. Esto sucede cuando se defienden proyectos que ya no deberían estar sobre la mesa de los despachos de los políticos por sentido común, ya sea porque se quiera conseguir un rédito económico ilícitamente, utilizando este vocabulario con según qué presentaciones mediante estrategias de marketing que siguen sin entender el daño que están ocasionando, sin ir más lejos, a sus propios hijos. Esperemos que al menos esta tendencia cambie con la Propuesta de Directiva del Parlamento Europeo y del Consejo por la que se modifican las Directivas 2005/29/CE y 2011/83/UE en lo relativo a la capacitación de los consumidores para la transición ecológica mediante una mayor protección contra las prácticas comerciales prohibidas que el Parlamento Europeo aprobó el pasado 19 de enero y realmente llegue a mejorar el etiquetado de los productos y prohibir el uso de alegaciones ambientales engañosas.
Contexto socioeconómico
Sin embargo, para elegir debes poder hacerlo. Y no nos llevemos a engaño, mientras unos cuantos se han enriquecido una barbaridad, muchos otros se han empobrecido. Y aunque haya personas que quisieran poder comer, vestir, viajar más ecológico, no se lo pueden permitir. También hay una parte de la población que ni tan siquiera está culturalmente preparada para fijarse y entender sobre ello y mucha otra que no está sensibilizada. El panorama es, pues, complejo. De aquí la necesidad de liderazgos claros en las élites políticas y económicas con conciencia. Cabe destacar que incluso un grupo de multimillonarios se presentaron en la reunión de Davos de enero bajo el slogan “Proud top pay more” para pedir a los estados pagar más impuestos para afrontar la desigualdad y que la población tenga más acceso a la salud pública y generar una transición ecológica. Quizás es que ellos también le ven las orejas al lobo.
Instinto de supervivencia versus distracción
Volviendo a la percepción alarmista, existe todo un debate sobre si alarmar a la población incita o no a la acción de ciudadanos, empresas y administraciones. En una charla telefónica con la paleontóloga Eloísa Bernáldez, especializada en el estudio de la basura, me decía “el problema que tenemos para poder afrontar el cambio climático así como el resto de retos ambientales que tenemos por delante, es que en lugar de estar en modo supervivencia, estamos en modo pantallas.”
El miedo no siempre paraliza, también moviliza, pero igual estamos demasiado distraídos por las enormes posibilidades de entretenimiento de la red, sin poner en duda su potencialidad. El miedo nos da una alerta sobre cierto peligro para poder reaccionar. Y los peligros del cambio climático son más que evidentes ¿Por qué entonces no se actúa a la altura de lo que se merece esta problemática?
En el año 2022 redacté un post titulado ¿Qué es necesario para adaptarnos a los impactos medioambientales? En él trataba de apuntar qué aspectos básicos de transformación ya estamos listos o podemos llevar a cabo desde la conciencia.
Para qué el luto climático
Sin embargo, en 2023 tuve una conversación reveladora con un periodista medioambiental poco reconocido por la gran labor que lleva a cabo. Podréis ver sus documentales en el programa “Latituds” de TV3, como, por ejemplo, el titulado “Asociarse al Ecosistema Tierra” que, aunque sea del 2019 no deja de ser actual. También es gracias a él, en parte, que ya no se habla solo de cambio climático en los noticiarios sino de crisis o emergencia climática, que es realmente lo que estamos viviendo.
Hablábamos uno de de los temas “de moda”, de la famosa ecoansiedad y cómo la capeamos los que ya hace mucho tiempo trabajamos en esto que llaman medio ambiente o sostenibilidad y que no deberíamos de dejar de pensar que en realidad es lo que nos permite la vida.
Y él me contestó que haciendo el duelo climático después se lleva mejor. Le pregunté cómo entendía él esto del duelo climático. Y fue tan sencillo como conciso: “cuando aceptas que no vas a vivir en el mundo que esperabas y ni tan siquiera habrá algunos de los lugares preciosos donde estuviste, que ya no volverás a ver; a partir de aquí asumes como asumes tus decisiones para tratar de paliar y aportar lo mejor de ti para nuestro entorno”.
Esta concepción del duelo climático se asemeja a la reflexión sobre la ecoansiedad que hace Corine Pelluchon, filósofa francesa especializada en filosofía de la bioética y del medio ambiente, en su libro “La esperanza o la travesía de lo imposible” en el que dice: “A diferencia de otros tipos de depresión, esta desnorta al sujeto y es la preocupación por el mundo y el amor a la vida aquello que la provoca. Lo que da origen a la depresión climática es el deseo de habitar la Tierra de forma más sana. Es esencial poner de relieve este noble origen para que las personas que sufren ecoansiedad o depresión climática puedan recuperar la confianza en el futuro y su autoestima. (…) la depresión causada por la amenaza del colapso no surge de una falta de amor por uno mismo y por la vida, sino más bien de un amor por el mundo, esto no elimina la tristeza, pero da fuerzas para actuar dando testimonio de ese amor por el mundo. Se puede evitar así la dialéctica asociada a la inversión del sufrimiento en culpa, de la depresión en resentimiento, de la ira en odio a los demás y “al sistema”.
Pero primero, para ello, debemos ver y, sobre todo querer ver lo que hay. Sobre el colapso y el hecho de hablar del mismo se ha hablado mucho en términos de si es movilizador o no. Pero poco se suele hablar de por qué hay aún tanta gente que simplemente ni le va ni le viene el planeta que habita y le da cobijo. Creo que esto debería preocuparnos más, porque las consecuencias del desbarajuste medioambiental ocasionado por una mala aplicación de lo que consideramos “progreso” y que no tiene en cuenta los límites ambientales son más que evidentes.
Y es que a veces nos dejamos fascinar por los avances tecnológicos sin tener en cuenta nuestra capacidad de digerir sus impactos. En realidad, la situación que vivimos es por esta falta de medición de hasta dónde y para qué determinados usos de la tecnología. Así pues, que la tecnología sea una herramienta nadie lo pone en duda, pero sí el uso y abuso y la falta de preparación que hacemos de ella los humanos en contra de nuestra propia especie.
Por otro lado, el discurso del colapso no tiene nada de incompatible con la formulación de alternativas que existen y que muchos científicos, empresas y entidades de todo tipo ponen sobre la mesa. El problema es que a la ciencia solo se le escucha cuando interesa, pero no cuando pone de manifiesto la necesidad de cambios urgentes.
Respuestas ante la ecoansiedad
La ecoansiedad es un síntoma de salud porque en realidad ve las cosas de frente, no evita verlas. Pero sin duda no es agradable. Y pone de manifiesto algunos conflictos que se están viviendo por toda Europa como, por ejemplo, los movimientos de Scientist Rebellion, Extintion Rebellion o el trabajo de muchas otras entidades y empresas que trabajan incansablemente para aportar alternativas saludables a nuestro hábitat. Algunos de estos conflictos terminan en tribunales y es por ello que la UE hace tiempo que se plantea una Directiva que protegería a estas personas de las demandas estratégicas contra la participación pública (DECPP). Las DECPP suelen ser interpuestas por personas poderosas, grupos de presión, empresas y órganos estatales. Están dirigidas a censurar, intimidar y silenciar a las personas críticas imponiéndoles la carga económica de una defensa jurídica hasta que abandonen sus críticas u oposición. En España, los científicos que alertan y demandan acciones más contundentes por parte de las administraciones se enfrentan a posibles penas de prisión.
La ecoansiedad se vive pues desde un lugar donde es el amor hacia nuestro entorno y nosotros mismos, porqué también nosotros somos naturaleza, quien empuja este estado. También desde la comprensión de que hay muchas personas, aunque a veces no lo parezca, que en todo el planeta llevan a cabo acciones para tratar de acercarnos a un mundo más saludable. Desde ahí es también desde donde se puede labrar la esperanza para no dejarnos engullir por la propia ecoansiedad.
Llevo más de 20 años en la comunicación ambiental. Al principio, cuando alertaba de según qué me tomaban por loca,; hoy la cosa ha cambiado. Recuerdo una alumna adulta en una formación de sostenibilidad que me preguntó ¿tan mal vamos? Lo entendí como un buen síntoma de conciencia. Confieso que hay momentos de desesperación por observar tan poca imaginación por parte de los que nos gobiernan y la falta de comprensión de según qué lobbies ante los peligros a los que nos enfrentamos cuando además existen medidas realmente adaptativas y más saludables. Pero ya no me siento tan sola, cada vez me siento más acompañada por profesionales de todo tipo, por entidades y empresas comprometidas, por algún que otro político que ya entendió de qué va el tema, por la mayoría de la comunidad científica, a pesar de las grandes incertidumbres y de este inververa que estamos viviendo.