Jorge Ramis.

Experto en economía circular de CRECEMOS y CEO de Acteco. 

La recuperación de residuos orgánicos, agrícolas y forestales como materia prima para producir combustibles renovables abre una vía de desarrollo industrial descentralizado.

Economía circular y combustibles renovables

En un contexto de creciente tensión geopolítica, vulnerabilidad energética y crisis climática, la economía circular y los combustibles renovables se erigen como dos pilares esenciales para reforzar la autonomía estratégica de España. En un país donde la dependencia energética exterior supera el 70%, urge transformar el modelo productivo hacia uno más resiliente, sostenible y capaz de generar valor económico y social en el territorio. En esta transformación, las zonas rurales adquieren un papel estratégico que no puede pasarse por alto.

La economía circular permite optimizar el uso de los recursos y reducir la generación de residuos, al tiempo que impulsa nuevas cadenas de valor basadas en la reutilización de materias primas secundarias. Esto implica sustituir el modelo lineal —de extraer, usar y desechar— por un sistema regenerativo, donde residuos como aceites usados, grasas animales o subproductos agroindustriales se convierten en insumos para una nueva industria circular. Lejos de ser desechos, estos materiales pasan a ser activos estratégicos, con capacidad para dinamizar el tejido económico de la España rural.

Según un informe de NTT Data, España podría producir entre 7,6 y 13,4 millones de toneladas equivalentes de petróleo en combustibles renovables en 2030. Esto permitiría reemplazar entre un 30% y un 60% del consumo actual de combustibles fósiles en transporte. Alcanzar esta meta no solo contribuiría a reducir nuestra dependencia energética, sino que también permitiría reducir las emisiones netas a la atmósfera y activar una nueva base industrial capaz de generar empleo local, atraer inversión y corregir desequilibrios territoriales.

La estrategia España Circular 2030 ofrece un marco claro para avanzar en esta dirección, estableciendo metas como reducir en un 30% el consumo nacional de materiales respecto al PIB y recortar en un 15% la generación de residuos frente a niveles de 2010. Una de sus claves es reincorporar al ciclo productivo materiales contenidos en los residuos, sustituyendo recursos naturales no renovables y reforzando la protección ambiental y la salud pública.

La recuperación de residuos orgánicos, agrícolas y forestales como materia prima para producir combustibles renovables abre una vía de desarrollo industrial descentralizado. Infraestructuras como plantas de pretratamiento, biorrefinerías o centros logísticos pueden localizarse cerca de los puntos de generación, lo que disminuye costes de transporte, mejora la eficiencia energética y genera empleo directo e inducido en el entorno local.

El PERTE de Economía Circular, promovido por el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, busca precisamente acelerar este cambio hacia un modelo productivo más eficiente. A nivel europeo, se estima que esta transición puede generar unos 700.000 empleos, de los cuales un 10% podrían surgir en España.

Para que este cambio sea sostenible, debe construirse desde una visión inclusiva. Integrar a pymes rurales, cooperativas agrarias y otros actores locales en estas nuevas cadenas de valor democratiza la descarbonización y refuerza el capital social y económico de los territorios. La economía circular no solo transforma procesos productivos: también fortalece comunidades.

Impulsar estas industrias circulares permitirá a España reducir sus emisiones netas fortaleciendo su competitividad y la cohesión territorial. Pero para que este potencial se materialice, es indispensable un marco regulatorio alineado con los retos y capacidades del sector. Necesitamos una legislación que reconozca a los combustibles renovables como soluciones de cero emisiones netas en tubo de escape, que garantice neutralidad tecnológica y una fiscalidad favorable, y que establezca reglas claras, estables y accesibles para atraer inversión y fomentar la innovación.

Además, esta hoja de ruta debe estar respaldada por un relato que devuelva valor a lo local. Porque las zonas rurales no son solo el escenario de esta revolución circular: son su palanca. Con empleo, emprendimiento y tejido productivo, los pueblos pueden dejar de ser víctimas de la despoblación para convertirse en protagonistas de la transición energética. Una transición justa debe empezar por quienes tradicionalmente han estado al margen del desarrollo industrial. Hoy, esas comunidades sostienen parte del futuro energético del país.

La oportunidad está sobre la mesa. Solo falta ambición política, colaboración público-privada y una ciudadanía convencida de que transformar residuos en recursos es también transformar territorios en futuro. Porque el porvenir será circular, o no será.

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